Tuvo que doblegarse luchando día a día por sostener aquél precario equilibrio que era su existencia, vivía presa de un agotamiento estremecedor, observarla más de unos segundos mientras cruzaba el parque, era morir un poco… inevitable que las lágrimas inundaran los ojos al compas de su caminar flagelante, era evidente en sus córneas inflamadas que cada movimiento era para ella de una tortura aterradora, su cara pálida y tensa, sus manos crispadas y los lamentos… a cada movimiento un quejido visceral… además impactaba la ira, rabia… cólera contenida… odio, absoluto odio… odio del dolor, odio de la crueldad, odio de la locura, odio de tus ojos jóvenes y de tu pecho virgen, odio que me veas, y que llores, odio la vida que te queda, odio el ruido de tus pulmones...
odio que sepas que existo, y que no me dejes de observar…
Vivíamos en el mismo barrio, a media cuadra. Me interesé en ella desde la primera vez que la ví, en el ocaso, y me obsesioné con su historia desde que la oí de su propia boca la única vez que me dirigió la palabra. Antes y después de ese día he intentado que me observe, que me salude, que se detenga, pero desapareció mi recuerdo, olvidó mis palabras, creo que incluso es capaz de desaparecerme, simplemente no me vé, no permite mi entrada en el encuadre de sus pasos cansados. Lo único que pude observar en aquella breve conversación es que la locura se hizo parte de su rutina y de su abismo… la mantuvo en ascuas… le inventó trucos y mentiras que alimentaba a base de vegetales hervidos… le destrozó la existencia y al mismo tiempo… le permitió sobrevivir(se).
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